Arantzazu: cuatro siglos de devoción e identidad de los vascos en las
Américas
Óscar Álvarez Gila
Universidad del
País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
Desde
que a mediados del siglo XVI el historiador guipuzcoano Esteban de Garibay
plasmara por escrito la historia de la aparición de la Virgen en 1469 ante el
pastor Rodrigo de Balzategui, la devoción a la virgen de Arantzazu (que en lengua vasca quiere decir
"espinal", por la vegetación del lugar donde se habría producido la
aparición) adquirió entre los vascos un inusitado éxito. Pocos años más tarde,
en los albores de un nuevo siglo, el atractivo que Arantzazu había conseguido
como lugar de fuerte significado religioso llevaría a la creación de un
santuario, que desde 1541 estaría servido -casi ininterrumpidamente hasta la
actualidad- por la orden franciscana.
La
devoción a Arantzazu pronto sobrepasó los límites geográficos del País Vasco, y
fue llevado por aquellos emigrantes que se habían establecido, siguiendo las
rutas comerciales y las oportunidades laborales y de prosperidad en otros
destinos de la corona española, tanto en Europa (en ciudades como Madrid,
Sevilla o Cádiz, pero también en Flandes) como en los recién incorporados
territorios americanos. De este modo, bajo el nombre y la protección de la
virgen guipuzcoana, los vascos afincados en ultramar formarían, ya desde
comienzos del siglo XVII, una extensa y tupida red asociativa, mediante la
creación de unas cofradías en las que se combinaban los religiosos y
devocionales, con los de caridad y socorros mutuos, e incluso con los
identitarios, todas ellas bajo la advocación de Arantzazu. Desde que los vascos
de la ciudad de Lima dieran inicio en 1612 la primera de estas cofradías,
durante los dos siglos de dominación colonial española en América, los vascos
asentados en otras ciudades y territorios de la corona seguirían el ejemplo limeño
y crearían sus propias cofradías, que florecerían desde las capitales
virreinales y de audiencia (como México, Manila o Buenos Aires) hasta los
centros mineros (Potosí en Perú; o Zacatecas en Nueva España), y en general, en
todos aquellos lugares en los que un grupo de residentes vascos y sus
descendientes deseaban reforzar la vinculación con su patria ancestral mediante
el recuerdo y la religiosidad.
En
2000, cuando se conmemoraban los primeros quinientos años de vida del santuario
de Arantzazu, la orden franciscana como responsable de su mantenimiento se
propuso aprovechar las celebraciones para impulsar el conocimiento de la
imbricación del santuario en la historia del País Vasco. Varias reuniones
científicas tuvieron lugar, de este modo, a lo largo de dicho año; y entre
ellos la sección de Historia-Geografía de la Sociedad de Estudios Vascos/Eusko
Ikaskuntza, en colaboración con la congregación franciscana de Arantzazu y el
Departamento de Historia Medieval, Moderna y de América de la Universidad del País
Vasco, juntaron sus esfuerzos para llevar a cabo en Oñati (Guipúzcoa) un
congreso internacional sobre “Arantzazu y los franciscanos vascos en América”.
El propósito de este congreso, como su nombre indica, no era otro que hacer una
reflexión histórica sobre la presencia de los franciscanos vascos y de la
devoción de Arantzazu en América, desde los tiempos de la conquista.
El
papel jugado por los franciscanos, y entre ellos de manera destacada por los
misioneros vascos, en la difusión y organización de la Iglesia católica en
América es bien conocido. Por un lado, está el indiscutible papel que los
franciscanos jugaron en la consolidación de la Iglesia indiana, con una
destacada participación en la expansión misional en territorios marginales del
dominio colonial español, como el norte de Nueva España, la Alta California, la
Amazonía o el Chaco. No en vano esta orden fue una de las cinco elegidas para
la evangelización americana, por lo que buscaría en el País Vasco, como en
otras zonas, una de sus bases para surtir de personal dichas misiones. Pero
igualmente, como se puso de manifiesto en el congreso, su aporte no se quedó
sólo en el terreno de la historia eclesiástica, sino que también contribuyeron,
en su medida, al desarrollo social, cultural o incluso económico de las
distintas regiones americanas en las que se implantaron. A este respecto, la
historiografía clásica ya destacado una serie de grandes figuras, como el
primer arzobispo de México, Fray Juan de Zumárraga, a quien entre otras cosas
se le debe la instalación de la primera imprenta en el Nuevo Mundo; y junto a
él, otros obispos como Martín Ignacio de Loyola en el Rio de la Plata, o
cronistas como Martín de Murua en Perú o Jerónimo de Mendieta en Nueva España,
que habían merecido la atención de los historiadores, ya desde fines del siglo
XIX. Las investigaciones más recientes, sin olvidar estas figuras, están
rescatando otros aportes, antes considerados menores, pero que en conjunto
plasman la imagen más fidedigna de lo que supuso la acción de los franciscanos
vascos dentro del conjunto de la evolucion histórica de América. Así, junto con
los estudios sobre la época colonial, que acaba abruptamente en la década de
1810-1820, ha comenzado también a atraer la atención el aporte que, desde
entonces, siguió dando la orden franciscana vasca a las nuevas naciones
latinoamericanas. De la cuantificación, que nos ha rescatado la memoria de
varios miles de franciscanos vascos destacados en América, se ha pasado al
estudio de sus actividades; de sus descubrimientos geográficos en el periodo
clásico de las exploraciones en el interior del continente; de sus trabajos
como lingüistas, etnógrafos y –en un plano más activo–, como protectores de las
poblaciones indígenas; de su importancia en la formación de cuadros directivos
en unas Iglesias que adolecían de falta crónica de personal.
Al mismo tiempo, el congreso tuvo
como segundo centro de atención la propia devoción mariana de Arantzazu y su
proceso de extensión por América. Especialmente durante los siglos XVI al
XVIII, la virgen de Arantzazu actuaría como elemento nucleador de las
incipientes colectividades inmigrantes vascas que fueron asentándose en muy
diversas ciudades y territorios. Esto ocurrió tanto en las populosas capitales
virreinales, como en otras localidades donde, por la razón que fuera, se
hubiera llegado a la constitución de un núcleo lo suficientemente importante de
vascos, ya fueran “de la Provincia [Guipúzcoa], del Señorío [Vizcaya], de la
Hermandad [Álava], del Reino [Navarra]”, o incluso “de las Quatro Villas”
[actual comunidad de Cantabria], como reza en el acta fundacional de la primera
de las Cofradías de Arantzazu de las que hay constancia en América, evento que
como ya hemos mencionado tuvo lugar en Lima. Además de sus funciones religiosas,
estas cofradías permitían a sus socios el socorro mutuo, la ayuda a otros
vascos inmigrantes necesitados de apoyo material o moral, así como el ejercicio
de la beneficencia tanto dentro del grupo vasco como hacia el resto de la
sociedad. Y, finalmente, no hemos de olvidar la importancia capital que estas
cofradías tuvieron en el desarrollo y consolidación de una identidad
particular, de un sentimiento y orgullo de pertenencia a ese grupo colectivo
conocido entonces como "vizcaínos" o "vascongados". Estas
cofradías constituyen así el más claro claro precedente de ese otro modelo de
asociacionismo vasco que, ya en el siglo XIX, florecería en la América de las
grandes inmigraciones, y en el que también participarían los vascos con el
surgimiento de las casas vascas o euskal etxeak, desde Estados Unidos a Chile,
y que mantienen su pujanza hoy en día.
Durante más de dos siglos, un número
aún desconocido pero elevado de cofradías similares se fueron formando a lo
largo de la América española. Son muchas las que desaparecieron, algunas
empujadas por la mutabilidad de las condiciones económicas de los lugares en
los que se implantaron; como fue el caso de aquellas ligadas a yacimientos
mineros de efímera existencia, que tras los años iniciales de fulgor acabarían por
desaparecer junto con las venas de mineral que le habían dado existencia, fama
y riqueza. Más habitual fue, sin embargo, que las cofradías acabaran por
sucumbir, antes o después, ante los radicales cambios que se produjeron en todo
el continente tras los procesos de independencia, el fin del dominio español,
el final de la inmigración peninsular y los cambios sociales, políticos y
económicos, así como la nueva relación de fuerzas entre la Iglesia y el Estado
en las nuevas naciones latinoamericanas. Tal fue el caso, por ejemplo, de las
cofradías de Arantzazu en Perú (con sus dos ejemplos destacados en Lima y en
Arequipa), que acabarían por sucumbir a la ola secularizadora, pocas décadas
después de la emancipación del Perú. No obstante, todavía contamos en muchos
lugares, como recuerdo de su existencia, con capillas y templos que aún hoy en
día mantienen la imagen y la devoción de la virgen guipuzcoana, sin olvidar la
memoria histórica, sepultada en libros y legajos de archivo, que siguen
esperando su metódica recuperación y su incorporación al conocimiento de las
nuevas generaciones. La Historia no es un mero accesorio decorativo, sino que
constituye un elemento capital de la conciencia de los pueblos, ya que solo
desde el conocimiento del pasado se puede comprender el presente, y hasta
cierto punto, aventurar el futuro.
En nuestro caso, recuperar la
memoria histórica de las cofradías de Arantzazu, y más en concreto, aprovechar
la oportunidad que nos brinda la ocasión de celebrarse este año de 2012 el
cuarto centenario de la decana de las cofradías de Arantzazu en el continente
americano, nos permite ahondar en varias cuestiones. En primer lugar, desde la
perspectiva propia del Perú y de la ciudad de Lima, se podrá recuperar la
relevancia que tuvo el aporte durante tres siglos de los vascos que llegaron,
se asentaron aquí y formaron sus cofradías, contribuyendo de este modo, con sus
luces y sus sombras, a la formación de la nacionalidad peruana tal y como hoy
es. En segundo lugar, nos brinda un espacio común para recordar, y desde allí
quizá también para recuperar, los lazos históricos que han unido dos geografías
tan distantes, pero a pesar de ello con tantas vinculaciones: Perú y el País
Vasco.
En respuesta a la convocatoria de
este congreso, se contó con la presencia de investigadores del País Vasco, de
diversas regiones de España, así como de Italia, Estados Unidos, México, Perú,
Cuba, Chile, Argentina, Uruguay y Japón. Fue una excelente oportunidad para que
la historiografía elaborara un nuevo y actualizado estado de la cuestión,
sirviendo de estímulo para nuevas investigaciones que aporten más luz y nuevas
interpretaciones a esta particular parcela del pasado vasco. Los cuatro siglos
de historia que nos separan la fundación de la cofradía de Arantzazu de Lima en
1612 nos han de permitir ahondar en el conocimiento de este legado, en su
recuperación y revalorización.
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1Usaremos a lo largo de este artículo la
grafía euskérica de este topónimo, tal y como hoy en día está establecido en su
forma correcta. Históricamente, esta devoción mariana y las cofradías ligadas a
ella se han conocido de forma más habitual mediante la grafía castellana del
nombre original vasco: Aránzazu (que en algunos países latinoamericanos cambió
su acentuación para convertirse en una palabra llana: Aranzazú). Circula
igualmente una cierta etimología popular que hacía proceder el nombre de la
virgen de la pregunta que el pastor Balzategui haría a la aparición al ver la
imagen encima de un espino: "Arantzan zu?" ("¿Vos en el
espino?"); esta etimología, si bien incorrecta, ha tenido una gran
influencia en la iconografía popular de la imagen, que en ocasiones ha recibido
el sobrenombre de "la virgen del espino".
2Para todo el que esté interesado,
los resultados de este congreso sobre las cofradías de Arantzazu en América
fueron publicadas en el volumen colectivo: ÁLVAREZ GILA, Óscar e Idoia ARRIETA
ELIZALDE (eds. lits.); Las huellas de Aránzazu en América. I Congreso
Internacional Arantzazu y los Franciscanos Vascos en América, Donostia-San
Sebastián, Eusko Ikaskuntza, 2004 (ISBN: 84-8419-888-X). Véase: