ARANTZAZU EUZKO ETXEA LIMA

martes, 13 de septiembre de 2016


Arantzazu: cuatro siglos de devoción e identidad de los vascos en las Américas
Óscar Álvarez Gila
Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea

            Desde que a mediados del siglo XVI el historiador guipuzcoano Esteban de Garibay plasmara por escrito la historia de la aparición de la Virgen en 1469 ante el pastor Rodrigo de Balzategui, la devoción a la virgen de Arantzazu  (que en lengua vasca quiere decir "espinal", por la vegetación del lugar donde se habría producido la aparición) adquirió entre los vascos un inusitado éxito. Pocos años más tarde, en los albores de un nuevo siglo, el atractivo que Arantzazu había conseguido como lugar de fuerte significado religioso llevaría a la creación de un santuario, que desde 1541 estaría servido -casi ininterrumpidamente hasta la actualidad- por la orden franciscana.
            La devoción a Arantzazu pronto sobrepasó los límites geográficos del País Vasco, y fue llevado por aquellos emigrantes que se habían establecido, siguiendo las rutas comerciales y las oportunidades laborales y de prosperidad en otros destinos de la corona española, tanto en Europa (en ciudades como Madrid, Sevilla o Cádiz, pero también en Flandes) como en los recién incorporados territorios americanos. De este modo, bajo el nombre y la protección de la virgen guipuzcoana, los vascos afincados en ultramar formarían, ya desde comienzos del siglo XVII, una extensa y tupida red asociativa, mediante la creación de unas cofradías en las que se combinaban los religiosos y devocionales, con los de caridad y socorros mutuos, e incluso con los identitarios, todas ellas bajo la advocación de Arantzazu. Desde que los vascos de la ciudad de Lima dieran inicio en 1612 la primera de estas cofradías, durante los dos siglos de dominación colonial española en América, los vascos asentados en otras ciudades y territorios de la corona seguirían el ejemplo limeño y crearían sus propias cofradías, que florecerían desde las capitales virreinales y de audiencia (como México, Manila o Buenos Aires) hasta los centros mineros (Potosí en Perú; o Zacatecas en Nueva España), y en general, en todos aquellos lugares en los que un grupo de residentes vascos y sus descendientes deseaban reforzar la vinculación con su patria ancestral mediante el recuerdo y la religiosidad.
            En 2000, cuando se conmemoraban los primeros quinientos años de vida del santuario de Arantzazu, la orden franciscana como responsable de su mantenimiento se propuso aprovechar las celebraciones para impulsar el conocimiento de la imbricación del santuario en la historia del País Vasco. Varias reuniones científicas tuvieron lugar, de este modo, a lo largo de dicho año; y entre ellos la sección de Historia-Geografía de la Sociedad de Estudios Vascos/Eusko Ikaskuntza, en colaboración con la congregación franciscana de Arantzazu y el Departamento de Historia Medieval, Moderna y de América de la Universidad del País Vasco, juntaron sus esfuerzos para llevar a cabo en Oñati (Guipúzcoa) un congreso internacional sobre “Arantzazu y los franciscanos vascos en América”. El propósito de este congreso, como su nombre indica, no era otro que hacer una reflexión histórica sobre la presencia de los franciscanos vascos y de la devoción de Arantzazu en América, desde los tiempos de la conquista.
            El papel jugado por los franciscanos, y entre ellos de manera destacada por los misioneros vascos, en la difusión y organización de la Iglesia católica en América es bien conocido. Por un lado, está el indiscutible papel que los franciscanos jugaron en la consolidación de la Iglesia indiana, con una destacada participación en la expansión misional en territorios marginales del dominio colonial español, como el norte de Nueva España, la Alta California, la Amazonía o el Chaco. No en vano esta orden fue una de las cinco elegidas para la evangelización americana, por lo que buscaría en el País Vasco, como en otras zonas, una de sus bases para surtir de personal dichas misiones. Pero igualmente, como se puso de manifiesto en el congreso, su aporte no se quedó sólo en el terreno de la historia eclesiástica, sino que también contribuyeron, en su medida, al desarrollo social, cultural o incluso económico de las distintas regiones americanas en las que se implantaron. A este respecto, la historiografía clásica ya destacado una serie de grandes figuras, como el primer arzobispo de México, Fray Juan de Zumárraga, a quien entre otras cosas se le debe la instalación de la primera imprenta en el Nuevo Mundo; y junto a él, otros obispos como Martín Ignacio de Loyola en el Rio de la Plata, o cronistas como Martín de Murua en Perú o Jerónimo de Mendieta en Nueva España, que habían merecido la atención de los historiadores, ya desde fines del siglo XIX. Las investigaciones más recientes, sin olvidar estas figuras, están rescatando otros aportes, antes considerados menores, pero que en conjunto plasman la imagen más fidedigna de lo que supuso la acción de los franciscanos vascos dentro del conjunto de la evolucion histórica de América. Así, junto con los estudios sobre la época colonial, que acaba abruptamente en la década de 1810-1820, ha comenzado también a atraer la atención el aporte que, desde entonces, siguió dando la orden franciscana vasca a las nuevas naciones latinoamericanas. De la cuantificación, que nos ha rescatado la memoria de varios miles de franciscanos vascos destacados en América, se ha pasado al estudio de sus actividades; de sus descubrimientos geográficos en el periodo clásico de las exploraciones en el interior del continente; de sus trabajos como lingüistas, etnógrafos y –en un plano más activo–, como protectores de las poblaciones indígenas; de su importancia en la formación de cuadros directivos en unas Iglesias que adolecían de falta crónica de personal.
Al mismo tiempo, el congreso tuvo como segundo centro de atención la propia devoción mariana de Arantzazu y su proceso de extensión por América. Especialmente durante los siglos XVI al XVIII, la virgen de Arantzazu actuaría como elemento nucleador de las incipientes colectividades inmigrantes vascas que fueron asentándose en muy diversas ciudades y territorios. Esto ocurrió tanto en las populosas capitales virreinales, como en otras localidades donde, por la razón que fuera, se hubiera llegado a la constitución de un núcleo lo suficientemente importante de vascos, ya fueran “de la Provincia [Guipúzcoa], del Señorío [Vizcaya], de la Hermandad [Álava], del Reino [Navarra]”, o incluso “de las Quatro Villas” [actual comunidad de Cantabria], como reza en el acta fundacional de la primera de las Cofradías de Arantzazu de las que hay constancia en América, evento que como ya hemos mencionado tuvo lugar en Lima. Además de sus funciones religiosas, estas cofradías permitían a sus socios el socorro mutuo, la ayuda a otros vascos inmigrantes necesitados de apoyo material o moral, así como el ejercicio de la beneficencia tanto dentro del grupo vasco como hacia el resto de la sociedad. Y, finalmente, no hemos de olvidar la importancia capital que estas cofradías tuvieron en el desarrollo y consolidación de una identidad particular, de un sentimiento y orgullo de pertenencia a ese grupo colectivo conocido entonces como "vizcaínos" o "vascongados". Estas cofradías constituyen así el más claro claro precedente de ese otro modelo de asociacionismo vasco que, ya en el siglo XIX, florecería en la América de las grandes inmigraciones, y en el que también participarían los vascos con el surgimiento de las casas vascas o euskal etxeak, desde Estados Unidos a Chile, y que mantienen su pujanza hoy en día.
Durante más de dos siglos, un número aún desconocido pero elevado de cofradías similares se fueron formando a lo largo de la América española. Son muchas las que desaparecieron, algunas empujadas por la mutabilidad de las condiciones económicas de los lugares en los que se implantaron; como fue el caso de aquellas ligadas a yacimientos mineros de efímera existencia, que tras los años iniciales de fulgor acabarían por desaparecer junto con las venas de mineral que le habían dado existencia, fama y riqueza. Más habitual fue, sin embargo, que las cofradías acabaran por sucumbir, antes o después, ante los radicales cambios que se produjeron en todo el continente tras los procesos de independencia, el fin del dominio español, el final de la inmigración peninsular y los cambios sociales, políticos y económicos, así como la nueva relación de fuerzas entre la Iglesia y el Estado en las nuevas naciones latinoamericanas. Tal fue el caso, por ejemplo, de las cofradías de Arantzazu en Perú (con sus dos ejemplos destacados en Lima y en Arequipa), que acabarían por sucumbir a la ola secularizadora, pocas décadas después de la emancipación del Perú. No obstante, todavía contamos en muchos lugares, como recuerdo de su existencia, con capillas y templos que aún hoy en día mantienen la imagen y la devoción de la virgen guipuzcoana, sin olvidar la memoria histórica, sepultada en libros y legajos de archivo, que siguen esperando su metódica recuperación y su incorporación al conocimiento de las nuevas generaciones. La Historia no es un mero accesorio decorativo, sino que constituye un elemento capital de la conciencia de los pueblos, ya que solo desde el conocimiento del pasado se puede comprender el presente, y hasta cierto punto, aventurar el futuro.
En nuestro caso, recuperar la memoria histórica de las cofradías de Arantzazu, y más en concreto, aprovechar la oportunidad que nos brinda la ocasión de celebrarse este año de 2012 el cuarto centenario de la decana de las cofradías de Arantzazu en el continente americano, nos permite ahondar en varias cuestiones. En primer lugar, desde la perspectiva propia del Perú y de la ciudad de Lima, se podrá recuperar la relevancia que tuvo el aporte durante tres siglos de los vascos que llegaron, se asentaron aquí y formaron sus cofradías, contribuyendo de este modo, con sus luces y sus sombras, a la formación de la nacionalidad peruana tal y como hoy es. En segundo lugar, nos brinda un espacio común para recordar, y desde allí quizá también para recuperar, los lazos históricos que han unido dos geografías tan distantes, pero a pesar de ello con tantas vinculaciones: Perú y el País Vasco.
En respuesta a la convocatoria de este congreso, se contó con la presencia de investigadores del País Vasco, de diversas regiones de España, así como de Italia, Estados Unidos, México, Perú, Cuba, Chile, Argentina, Uruguay y Japón. Fue una excelente oportunidad para que la historiografía elaborara un nuevo y actualizado estado de la cuestión, sirviendo de estímulo para nuevas investigaciones que aporten más luz y nuevas interpretaciones a esta particular parcela del pasado vasco. Los cuatro siglos de historia que nos separan la fundación de la cofradía de Arantzazu de Lima en 1612 nos han de permitir ahondar en el conocimiento de este legado, en su recuperación y revalorización.

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1Usaremos a lo largo de este artículo la grafía euskérica de este topónimo, tal y como hoy en día está establecido en su forma correcta. Históricamente, esta devoción mariana y las cofradías ligadas a ella se han conocido de forma más habitual mediante la grafía castellana del nombre original vasco: Aránzazu (que en algunos países latinoamericanos cambió su acentuación para convertirse en una palabra llana: Aranzazú). Circula igualmente una cierta etimología popular que hacía proceder el nombre de la virgen de la pregunta que el pastor Balzategui haría a la aparición al ver la imagen encima de un espino: "Arantzan zu?" ("¿Vos en el espino?"); esta etimología, si bien incorrecta, ha tenido una gran influencia en la iconografía popular de la imagen, que en ocasiones ha recibido el sobrenombre de "la virgen del espino".
            2Para todo el que esté interesado, los resultados de este congreso sobre las cofradías de Arantzazu en América fueron publicadas en el volumen colectivo: ÁLVAREZ GILA, Óscar e Idoia ARRIETA ELIZALDE (eds. lits.); Las huellas de Aránzazu en América. I Congreso Internacional Arantzazu y los Franciscanos Vascos en América, Donostia-San Sebastián, Eusko Ikaskuntza, 2004 (ISBN: 84-8419-888-X). Véase:


Fuentes Eclesiales en Euskalerria para el estudio (cuantitativo y cualitativo) del Exilio Religioso Vasco a Francia a causa de la Guerra Civil (1937-1940)

Óscar Álvarez Gila


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La derrota de las fuerzas leales a la República en Euskalerria supuso, como una destacada particularidad dentro del contexto español, que un importante sector de los religiosos vascos, y más concretamente el que después ha sido conocido con el nombre genérico de «clero vasco»1, sufriera una fuerte represión. En el contexto de las medidas que, ya desde el primer momento, fueron tomadas tanto por las nuevas autoridades como por las diversas jerarquías eclesiales2, la marcha al extranjero adquiriría todos los caracteres, bien de una huida al exilio, bien de un extrañamiento preventivo o coaccionado. La cercanía de Francia, unida a otros factores, propició que en un primer momento fuese éste el país preferente de destino3.
Prácticamente todas las organizaciones eclesiales, seculares o regulares, establecidas en Euskalerria, conocieron entre sus filas ejemplos más o menos abundantes de esta represión. En la presente comunicación pretendemos señalar las fuentes eclesiales (fundamentalmente de archivo) existentes en Euskalerria para el estudio de este exilio, analizando el tipo de información que nos ofrecen.





1. Los archivos eclesiales

1.1. Características generales

1. Los archivos de la Iglesia son, en principio, archivos privados, y como tales participan de su principal característica: la discrecionalidad en el acceso a sus fondos, y las diversas y consiguientes limitaciones con las que se encuentra el investigador, en cuanto a las fuentes que puede consultar4. Incluso en uno de estos archivos que podría clasificarse como «público», el Archivo Histórico Eclesiástico de Bizkaia, el grueso de la documentación diocesana, que se inicia en 1950, permanece inaccesible. La relativa cercanía en   —2→   el tiempo, así como la pervivencia de personas implicadas en los acontecimientos, han justificado la reserva mantenida.
2. Dos son los tipos principales de información que, sin excepción, se pueden hallar en los archivos eclesiales.
Por una parte, tenemos aquellas fuentes (que denominaremos cuantitativas) que nos van a proporcionar las dos operaciones básicas en todo estudio:
a) La cuantificación del fenómeno: En 1978, el colectivo Eusko Apaiz Talde (Grupo de Sacerdotes Vascos), dedicado a crear un archivo en el que se recopilara documentación sobre las persecuciones sufridas por el «clero vasco», publicó una primera nómina de estos sacerdotes y religiosos5 (entre ellos, de los que marcharon a Francia), en la que se detallan las características, años y lugares de sus causas judiciales, encarcelamientos, extrañamientos y/o exilios.
Los autores mismos señalaban que esta lista, limitada «a la guerra misma y a la inmediata postguerra» en Euskalerria, «no es exhaustiva», debido a «cuarenta años de miedo y persecución»6. En realidad, presenta muchas lagunas y está bastante incompleta, sobre todo en cuanto a los religiosos, y algo menos respecto al clero diocesano. Hay que tener en cuenta que se realizó, básicamente, a partir de la información suministrada por los sacerdotes diocesanos que coordinaron o intentaron coordinar, a través de la revista Anayak7, el exilio religioso vasco en Francia. De ahí que sea conveniente completarla en base a fuentes más directas: los archivos diocesanos y de las congregaciones religiosas.
b) La localización espacio-temporal: Se trata de conocer los lugares de Francia donde se establecen estos religiosos exiliados; y más en particular, saber si lo hacen en conventos propios o recogidos en casas francesas8.
Por otra parte, tenemos las fuentes cualitativas, que nos van a proporcionar las características, desarrollo y demás vicisitudes de la presencia de religiosos vascos en los conventos franceses. Fundamentalmente se componen de:
-Las decisiones tomadas por las jerarquías en relación a estos conventos y sus moradores, como actas capitulares o decretos de los superiores provinciales en el caso de los regulares.
-Los libros-diarios de estas mismas residencias («historiales») y demás documentos sobre la vida cotidiana y la pequeña historia de cada una de ellas (por ejemplo, las «visitas canónicas»).
-Pero la fuente más rica es la correspondencia entre las diversas partes implicadas: sobre todo la mantenida por las jerarquías eclesiásticas   —3→   del País Vasco, con las nuevas autoridades militares y civiles, con las jerarquías de los países donde se hallan sus religiosos (en este caso Francia), e incluso con los mismos exiliados.



1.2. Los archivos de las órdenes religiosas en el País Vasco

1. Archivo de la provincia carmelita descalza de San Joaquín de Navarra (APSJN)9. Para el estudio cuantitativo, cuenta con las siguientes fuentes:
* La sección de personal o «carpetas biográficas», una por cada uno de los carmelitas descalzos que han pertenecido a la provincia de San Joaquín, que incluyen todos los documentos relativos a cada religioso, entre ellos sus sucesivos destinos.
* Se puede contar también con las nóminas impresas de los religiosos de la provincia, que incluyen, además de los datos personales, su distribución geográfica según destino en la fecha de edición. Existen, para estos años, tres de dichas nóminas.
En 1936, poco antes del comienzo de la guerra, se edita Status nostrae provinciae Navarrae sub titulo S. Joachim, Patris B. M. V. (Vitoria, Carmelitas Descalzos). Siguiendo la práctica que se había iniciado en las nóminas de 1933 y 1935, se usa la grafía euskérica en los apellidos de los carmelitas (k por c, tx por ch, y erre acentuada por rr). Mediante estas tres nóminas se puede hacer un seguimiento de los residentes en las diócesis de Dax (Landes) y Agen (Lot-et-Garonne) desde el advenimiento de la República.
La siguiente, de enero de 1939 (Catálogo de nuestra Provincia de San Joaquín de Navarra. Año 1939)10, además de éstos, recoge en un apartado especial a los «Religiosi diversis ex causis extra Provinciam degentes»11. Finalmente, se completa la trilogía con el Catálogo de nuestra Provincia de San Joaquín de Navarra a principios del año 194112.
Las fuentes cualitativas más importantes del APSJN, por su parte, se hallan recogidas en las secciones:
* General: «Actas de capítulos provinciales y consejos provinciales». Especialmente estas últimas, por ser en los consejos (una especie de gobierno permanente entre capítulos) donde se dilucidó en gran medida todo el proceso.
* G: «Conventos», carpetas Dax y Agen. Más que por los documentos oficiales de erección y cierre, interesa esta carpeta por su contenido sobre la vida diaria de los conventos: relación epistolar, libros diarios y contabilidad.
* E: «Jerarquía Carmelitana». Contiene básicamente cartas enviadas o recibidas por el superior provincial, ordenadas alfabéticamente por los periodos de mandato. Son especialmente jugosas las carpetas de relaciones con el general de la orden, con otras provincias carmelitas, con el gobierno civil (1890-1976) y con obispos (1907-1975).
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2. Archivo de la provincia franciscana de Cantabria13. Son relativamente escasas las fuentes para cuantificar la estancia de franciscanos vascos en Francia. Tenemos una sección del archivo dedicada a las nóminas (XVIII, «Estadística sobre personal de la Provincia»), aunque es bastante incompleta. Lo mismo ocurre, para el periodo que nos interesa, con las fuentes impresas: los Estados personales de la seráfica provincia de Cantabria, de los que conocemos ediciones en 1933 y en 1940 (Oñate). La fuente más completa sería XVII, «Asuntos personales de los religiosos», organizada de manera similar a la sección de personal de APSJN, pero es una sección reservada, que ni siquiera aparece desarrollada en el catálogo elaborado por Cándido Zubizarreta, disponible para su consulta en el propio archivo.
No obstante, se compensa esta escasez con la riqueza de las fuentes cualitativas, cuya consulta se facilita en gran medida debido a la excelente organización del mencionado catálogo. Las secciones en las que se incluyen aspectos sobre los conventos franceses, son:
* I: «Santa Sede», en especial la relación epistolar del superior provincial con altas instancias vaticanas o de la orden franciscana.
* II: «Capítulos provinciales y Juntas Definitoriales». Recogen las decisiones de los órganos de gobierno de la provincia religiosa. Son particularmente importantes, en cuanto a que en ellos se da cuenta de los cambios de destino, y se delibera sobre las situaciones de especial gravedad. Su consulta se halla enormemente facilitada por el vaciado temático realizado por Cándido Zubizarreta, para el periodo 1881-1981.
* La antes citada sección XVII.
* La sección de relaciones con otras provincias franciscanas (V). Particularmente, el apartado V-7 recoge la correspondencia entre el provincial de Cantabria y el de la provincia francesa de Saint-Denis; correspondencia iniciada cuando en 1931 se buscó en Francia refugio ante una previsible expulsión.
* El apartado dedicado a la pequeña comunidad de Saint-Palais (Basse Navarre, departamento de Basses Pyrénées), en la sección de las «Casas de la provincia». En este aspecto, también habría que incluir lo que sobre aquélla se señale en las visitas canónicas (sección IV).
3. Archivo de la provincia pasionista del Sagrado Corazón de Jesús de Bilbao14. El antiguo fichero de personal de la provincia (actualizado hasta finales de los 70, en que fue sustituido por el usado hoy día) se constituye como la base principal para la cuantificación. Se halla dividido en dos secciones, «clérigos» y «hermanos»; y abarca desde la llegada de los primeros pasionistas a España (finales del XIX). De manera escueta, indica los datos personales de cada religioso, así como los sucesivos destinos y sus fechas.
El resto del archivo comprende dos subsecciones, denominadas «personal» y «canónica»15. En la primera subsección, de carácter fundamentalmente epistolar, una fuente importante para nuestro tema van a ser las cartas cruzadas entre los superiores provinciales y las autoridades civiles. Más atención merecen, no obstante, los «historiales» o crónicas diarias de los diversos   —5→   conventos de la provincia; no sólo el de la localidad vasco-francesa de Ascain (Labourd, departamento de Basses Pyrénées), sino también de otros, en especial la Crónica de Gabiria y el Historial de Deusto.
Además son de gran interés, en este archivo, las memorias del por aquellos años provincial, Fulgencio Elorza16, que recopilan bajo el título de Recuerdos varios, entre otras cosas, todo el proceso de depuración que sufrió la provincia pasionista vasca.
4. Archivos de la provincia jesuita de Loyola. La información cuantitativa fundamental se puede obtener del Archivo de la curia provincial17, a partir de dos fuentes publicadas complementarias:
* Los catálogos de la provincia jesuita de Castilla, que englobaba en los años treinta a Euskalerria. «Suele(n) indicar el cargo que cada jesuita ocupa en su comunidad, elaborándose cada año y publicándose en letra de imprenta»18 en Oña o Bilbao. Presentan, ordenados según el lugar de residencia, la nómina de los religiosos de la provincia. Por su corta periodicidad, se puede realizar un seguimiento casi perfecto de los jesuitas que no vuelven del exilio forzado por la República en 1931.
* Se complementan estos catálogos (que sólo indican de cada jesuita su nombre completo y cargo, omitiendo otros datos personales) con las fuentes que sí nos lo proporcionan. Para los que han muerto dentro de la orden, el catálogo de Rufo Mendizábal (Catalogus Defunctorum in renata Societate Iesu ab a. 1814 ad a. 1970, Roma, Curia General Jesuita, 1972; con sus actualizaciones: la del periodo 1970-1985, y las posteriores anuales) es la obra básica; para los que por diversas razones se secularizaron, o permanecieron vivos, hay que acudir a los libros de ordenaciones y profesiones (1890-...) recogidos en este archivo.
El Archivo Histórico de Loyola19, por su parte, está más dedicado a épocas anteriores al siglo XX, aunque conserva algunas series sueltas que sobrepasan el límite de 1900. Entre ellas, el apartado de «documentación interna», dentro de sus limitaciones, puede ofrecer información sobre este exilio (Más bien, la no vuelta de él). Los «documentos de conciencia», no obstante, sólo pueden ser consultados con una autorización especial.
5. Archivo de la provincia capuchina de Navarra-Cantabria-Aragón20. La principal fuente manuscrita sobre los capuchinos de esta provincia, y sus destinos tras la guerra, se halla en la Descriptio localis et personalis Ordinis Fratrum Minorum S. Francisci Capuccinorum a Rvmo. P. Pacifico a Sejano, Ministro Generali, indicta. Provincia Navarrae, Aragoniae et Cantabriae. Ab anno Domini 1912 usque ad annum 1949, Volumen 1. Se trata del «registro oficial de la provincia», que «contiene los datos fundamentales de 644 clérigos y 272 hermanos profesos, de 1912 a 1949»21.
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Como complemento más exhaustivo, están las repetidas «carpetas personales», que incluyen entre otros documentos lo relacionado con las causas que producen, cuando así ocurre, el exilio de su titular a otras provincias españolas, a Francia o a las misiones en los años posteriores al inicio de la guerra.
Entre las fuentes para estudiar el exilio de capuchinos, tenemos una especialmente importante por sus implicaciones posteriores. Se trata de las necrologías de los religiosos recién difuntos, que inserta periódicamente en sus páginas el Boletín Oficial de la Provincia Capuchina de Navarra-Cantabria-Aragón22. Lo característico es que, en la reseña biográfica que se acompaña a la nota necrológica, se suelen verter con cierta frecuencia juicios de valor sobre los hechos en los que estuvo implicado el difunto. En las reseñas sobre los que sufrieron algún tipo de represión (entre ellos los que fueron «prudencialmente» destinados a Francia) además de la simple narración biográfica, comienzan a aparecer a partir de mediados de los sesenta, tímidamente primero, pero al poco ya abiertamente, una crítica contra aquella situación. Su carácter de publicación interna fue la que permitió, con toda probabilidad, estos primeros ejemplos de autocrítica, todavía en época de Franco.
Merece particular atención, por otra parte, el archivo conventual capuchino de Fuenterrabía23, debido a su especial situación al ser el más importante de los conventos que la provincia religiosa tenía en las Vascongadas. Destaca, sobre todo, la serie de correspondencia con las autoridades de Guipúzcoa (iniciada en 1908).
6. Otros archivos. Los claretianos también conocieron ejemplos destacados de extrañamiento; sin embargo, al no haberse formado aún, al iniciar la guerra, ni el embrión de lo que actualmente es la provincia de Euzkal-Herria, buena parte de esta documentación no se halla en el archivo de su curia24. No obstante, se puede hacer el trabajo cuantitativo en base a la sección «Libros» (personal, defunciones y movimientos, desde 1880). Una primera aproximación la ofrece el Catálogo de los claretianos de Euzkal-Herria, de Jesús María Alday (Bilbao, Curia provincial claretiana, 1986), que incluye a todos los religiosos vascos de esta orden que han existido, independientemente de su provincia de adscripción.
En cuanto a otras órdenes, convendría estudiar a sacramentinos, canónigos regulares de Letrán y trinitarios, de los que conocemos la existencia de casos más o menos aislados de exilio post-bélico en los países hispanoamericanos, razón por la que sospechamos pudiera existir entre ellos una etapa francesa en el proceso25.


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1.3. Los archivos y fuentes diocesanas

1. El medio a utilizar para la cuantificación del paso a Francia (y a otros países o destinos españoles de exilio o cárcel) de sacerdotes diocesanos de Euskalerria, viene dada por una conjunción entre fuentes impresas y archivísticas, de manera similar a lo que hemos observado con el clero regular.
Tanto en la diócesis de Vitoria, que abarcaba las tres provincias vascongadas, como en la de Pamplona, se editaban y editan regularmente las llamadas Guías diocesanas, nóminas con la situación y destinos intra o extra diocesanos de su clero adscrito. En el caso navarro, permiten realizar un primer seguimiento del exilio; en el caso vitoriano26, por el contrario, fue suspendida su publicación entre 1935 y 1940, no abarcando de esta manera precisamente los años claves del exilio francés.
En ambos casos, no obstante, se hace imprescindible recurrir a los respectivos archivos diocesanos. En el Archivo Histórico del Obispado de Vitoria27 se halla la sección «Expedientes personales», que incluye las fichas y documentación personal de todos los sacerdotes, numeradas en orden de incardinación28. En el Archivo Diocesano de Pamplona29, tenemos el apartado «Documentos personales», que recoge en unas 100000 fichas datos sobre sacerdotes, religiosos e incluso seglares de la diócesis.
2. En el aspecto cualitativo del exilio, además de los consabidos Boletines diocesanos y de los documentos recogidos en los expedientes personales, contamos con las series de relaciones episcopales con ámbitos extra diocesanos. En Navarra se hallan encuadradas, dentro del archivo «administrativo» o de «gobierno de la diócesis»30, en el apartado precisamente denominado «de relaciones exteriores», en particular los epígrafes de:
-Capitanía General de Navarra y Gobierno Militar.
-Diputación de Navarra.
-Gobierno Civil de Navarra. Conocer el proceso de depuración del clero.
-Diócesis españolas.
-Obispos y diócesis extranjeras. Conocer las vicisitudes de los extrañamientos y exilios.
El diocesano de Vitoria ofrece una muy similar información, siendo de consulta imprescindible la documentación generada bajo el mandato de los dos jerarcas provisionales que tuvo la diócesis tras el exilio del obispo Mateo Múgica: el vicario general Antonio Pérez de Ormazábal (que dirigió las primeras cartas de traslado a diócesis lejanas del País Vasco), y su sucesor, el administrador apostólico Javier Lauzurica.
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El archivo pamplonés ofrece, por su parte, un apartado dedicado a las «órdenes religiosas», lamentablemente aún por catalogar. Contienen sus carpetas, una por cada orden, básicamente la relación entre sus superiores y las instancias diocesanas. Sería necesaria una revisión a fondo, especialmente de las carpetas «jesuitas», «capuchinos» y «escolapios».
3. Tampoco hemos de olvidar la consulta a las fuentes diocesanas de los obispados que incluyen al País Vasco-Francés (Iparralde); es decir, las de Bayonne y Dax. Por su cercanía, y en algunos casos también por las vinculaciones culturales de ambos lados de los Pirineos vascos31, fue ésta una zona preferida en cuanto a la localización primera de los refugiados, en especial entre los religiosos.
En la relación establecida entre estas comunidades y la sede diocesana correspondiente, se pueden rastrear las con toda probabilidad interesantes visiones de la Iglesia local sobre el exilio y sus causas. En este aspecto, es especialmente interesante la figura del obispo vasco de Dax, Clément Mathieu, que destacó por su apoyo activo a la causa de los refugiados, no sólo religiosos, vascos. Un estudio similar puede hacerse extensible a otros obispados franceses, donde conste la presencia de exiliados religiosos vascos, aún de manera más aislada (Agen, Burdeos, Toulouse, Lille o París).





2. Otras fuentes

2.1. Fuentes archivísticas

1. Manteniéndonos en el campo de los archivos eclesiales, las fuentes romanas (tanto del propio Archivo Vaticano, como de los archivos de las curias generales de las diferentes órdenes religiosas, e incluso del mismo archivo de la Embajada española ante la Santa Sede32) nos pueden poner en la pista del debate que se suscitó alrededor de la situación de perseguidos de unos religiosos en la nueva España católica, así como de las presiones que el gobierno español debió realizar al respecto.
2. Además, aunque ya saliéndonos de los límites que nos hemos marcado en esta comunicación, habría que consultar los «archivos del exilio»33, pertenecientes a personas o instituciones (Partido Nacionalista Vasco, Gobierno Vasco34) exiliadas, por las relaciones que se establecieron entre éstas y los religiosos.


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2.2. Fuentes publicadas y orales

1. La obra clave para entender la génesis y desarrollo del proceso, es Imperativos de mi conciencia, escrito en 1945 como carta a José Miguel de Barandiarán por Mateo Múgica, obispo de Vitoria al inicio de la guerra35. Su valor radica en el hecho de suponer la rectificación del primer obispo español que apoyó públicamente la rebelión militar36, y que pasó con esta obra a realizar «una defensa nítida, limpia de sus sacerdotes, seminaristas y pueblo»37, entre ellos de los exiliados.
2. También aportan datos respecto a la magnitud del exilio los sucesivos manifiestos y cartas colectivas de sacerdotes vascos en denuncia del régimen. Se hallan recogidas en varias colecciones documentales38, destacando especialmente la más temprana: la memoria-protesta dirigida a Pío XII por varios miembros del clero vasco, de 25-XI-194439.
3. No obstante, quienes mejor pueden expresar las vivencias del exilio son los propios religiosos que lo experimentaron.
Además de la anteriormente citada revista de los exiliados, Anayak, hay diversas obras publicadas enfocadas desde esta óptica. Destaca, por su especial personalidad, la del canónigo de Valladolid Alberto Onaindía: representante oficioso del Gobierno Vasco ante el Vaticano y tras la derrota, el padre Olaso de la Radiodifusión Francesa40. Se trata de la serie Capítulos de mi vida41, en cuyos dos tomos se hallan repartidas las vicisitudes de su etapa francesa. Del primero es de mencionar el apartado «Evacuación de los niños vascos al extranjero», que recoge un informe presentado en abril de 1940 a la Santa Sede sobre la situación de éstos y la actuación de los sacerdotes que los acompañaban; del segundo, tenemos dos importantes apartados: la introducción (titulada «El exiliado») donde realiza una semblanza del sacerdote exiliado vasco (pp. 11-15); y los «Retratos», que recogen su visión de personalidades católicas francesas que conoció: los cardenales Verdier y Liénart, de París y Lille respectivamente (pp. 270-300), el obispo de Dax, Mathieu (pp. 301-303), y el escritor François Mauriac (pp. 304-308)42.
También del carmelita Alejandro Larracoechea (Hipólito de Santa Teresa), tenemos publicados los diarios de sus primeros años de exilio, entre Roma y   —10→   Agen, así como la documentación que recopiló sobre las gestiones vascas ante la Santa Sede43.
En la misma línea, aunque sin marcar tan explícitamente el carácter autobiográfico, se hallan diversas publicaciones del sacerdote exiliado Iñaki de Azpiazu44, en especial la pequeña carta dirigida al secretario general del Concilio Vaticano II45; o el libro más tardío del también sacerdote Julen Rentería46.
Pero más importancia adquieren, en estos momentos, las fuentes orales, sobre todo por la urgencia que tiene su obtención. El reciente fallecimiento del escolapio Justo Mocoroa47 nos recuerda el hecho de que, en el plazo de no más de diez años, probablemente desaparezcan los protagonistas de este exilio. José Miguel de Barandiarán, el padre de la prehistoria vasca y refugiado durante más de una década en la localidad vasco-francesa de Sare, cuenta ya con 101 años de edad48.






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ArribaBibliografía
-ANASAGASTI, Iñaki y SAN SEBASTIÁN, Koldo, Los años oscuros. El Gobierno Vasco. El exilio, San Sebastián, Txertoa, 1985.
——, Censo de Archivos del País Vasco, 3 vols., San Sebastián, Eusko Ikaskuntza, 1986-1988.
——, Xº Congreso de Estudios Vascos. Pamplona, 1987, San Sebastián, Eusko Ikaskuntza, 1988.
——, Iº Congreso General de Historia de Navarra (=Príncipe de Viana, anexos), vol IIº: Comunicaciones de Archivística, Pamplona, Institución Príncipe de Viana, 1988.
-DE LA GRANJA, José Luis; «Archivo de la Guerra Civil de Salamanca. Un archivo histórico fundamental para la República y la Guerra de Euskadi», Cuadernos de Sección. Historia y Geografía, 2 (1984), San Sebastián, Eusko Ikaskuntza, pp. 219-234.
——, Historia General de la Guerra Civil en Euskadi, 8 vols., Bilbao-San Sebastián, Naroki-Haranburu, 1979-1982.
——, Los archivos de la Iglesia en España, León, Centro de estudios e investigación «San Isidoro», 1978.
-RENTERÍA URALDE, Julen; Pueblo Vasco e Iglesia. I: Bizkaia en la diócesis de Vitoria (1930-1950), Bilbao, Askatasuna, 1982.
-ROLDÁN GUAL, José María; Repertorio bibliográfico sobre archivología vasca, San Sebastián, Eusko Ikaskuntza, 1987.

——, Iª Semana de Estudios de Historia Eclesiástica del País Vasco, Vitoria, Eset, 1981.

jueves, 1 de mayo de 2014

El Misionerismo y la presencia religiosa vasca en América (1931-1940): Dificultades y emigraciones forzosas
Óscar Álvarez Gila

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0. Introducción
El decenio que abarca, de una manera aproximada, los años 30 del presente siglo, va a suponer una dislocación en el proceso constante y constantemente ascendente que la presencia religiosa vasca en Hispanoamérica, y en general en otros continentes, estaba experimentando desde 1880.
La segunda Guerra Carlista marcó, de hecho, el final de las grandes ofensivas anticlericales del siglo XIX, materializadas de manera especial en las dos exclaustraciones vividas en 1835 y 1868. Algunos de los religiosos (y sacerdotes) más decididamente carlistas marcharon a América; los que se quedaron, a pesar de algunas reticencias iniciales para permitir la apertura de conventos «en el norte», pronto pudieron volver a la normalidad de la vida religiosa regular en el País Vasco.
A partir de ese momento, las órdenes religiosas conocieron medio siglo de relaciones más que aceptables entre la Iglesia y el nuevo régimen de la Restauración. Esta pax romana les permitió, no sólo su recomposición y desarrollo por España, sino también realizar el que para muchas de ellas era su primer salto ultramarino y establecimiento en los diversos países americanos de habla hispana. Si en 1880 tenemos allí localizados una cifra de 100 religiosos vascos, para 1900 ya eran 403, 756 en 1920 y 913 en 19191.
En 1931 se produce un corte en la regularidad del envío existente hasta ese momento. Desde ese año, y hasta 1940, la presencia religiosa vasca en América va a experimentar momentos de un gran auge, por una afluencia masiva de personal desde Europa, separados por años de práctica congelación en los envíos a destinos ultramarinos.
El primero de los momentos corresponde a un problema general a toda España, el temor que produce en ciertos sectores de la Iglesia la llegada de la Segunda República. El otro, en cambio, es un hecho específicamente vasco, y que afecta además sólo a un determinado sector de su clero: la situación del llamado «clero vasco»2, en especial tras la toma de Bilbao en junio de 1937, en plena Guerra Civil.


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1. El primer momento. Mayo-diciembre, 1931
Casi desde el mismo momento en que se proclamó, el 14 de mayo de 1931, la Segunda República, la Iglesia católica española (entendida como su jerarquía) dejó patente su desconfianza hacia el nuevo régimen.
Sin haberse llegado a una simbiosis oficial, era un hecho que Iglesia y Estado habían logrado una entente, plenamente satisfactoria para ambas, durante los años de la Restauración borbónica. Es muy significativo que esta jerarquía no pronunciase su público acatamiento al nuevo poder, hasta que así se le ordenase expresamente desde el Vaticano3; el decreto de libertad religiosa, que sancionaba la aconfesionalidad y el librecultismo de la nueva República y desplazaba a la Iglesia católica de su anterior posición de primacía, no hizo sino acrecentar la prevención eclesiástica. Las quemas de conventos, el victimismo encarnado en la huida del cardenal Segura, la confusión entre política y religión en medios católicos y no católicos, eran otros tantos signos de un desentendimiento cuyo máximo exponente sería la primera expulsión del obispo de Vitoria, el integrista y monárquico Mateo Múgica, al exilio francés.

1.1. Dificultades para el misionerismo vasco

Es el movimiento misional diocesano uno de los aspectos en los que se puede observar de forma más directa los efectos de esta nueva y difícil situación en la vida de la Iglesia vasca, y más concretamente de los aspectos no directamente relacionados con las tan estudiadas jerarquías.
El periodo 1918-1930 había sido los años dorados de la propaganda misional en España. Las misiones se habían convertido en el «gran tema» en el que convergían gran parte de las actividades de la Iglesia española. Surgieron durante esos años diferentes asociaciones, colectas y otras muchas iniciativas con el denominador común de informar sobre y recaudar apoyo para las misiones católicas.
Nos encontramos ante un movimiento que se hallaba en gran medida encabezado por vascos. En el triángulo Vitoria-Pamplona-Burgos surgieron y tuvieron sus primeras sedes centrales españolas las tres grandes asociaciones propagandísticas católicas, las Organizaciones Misionales Pontificias4. Las diócesis de Vitoria y Pamplona pugnaban por el primer puesto de toda España en sus recaudaciones misionales.
En Vitoria, además, la creación en 1922 de un «Secretariado de Misiones»5, cuyo fin era constituirse en el centro activo de la propaganda misional por la diócesis, supuso un hecho clave. Al año siguiente las recaudaciones se doblaron: se organizaron   —3→   «días misionales» (a los que acudían propagandistas preparados por el secretariado) y dos grandes semanas en Bilbao y San Sebastián.
Entre los primeros colaboradores del secretariado, y que en 1926 pasaría a ser su director, se hallaba el sacerdote José de Ariztimuño. Su trabajo en este organismo le llevó, además de a implantar progresivamente el modelo de propaganda parroquial que había observado en Italia, a dirigir y escribir periódicamente para su revista Gure Mixiolaria / Nuestro Misionero. Estrictamente bilingüe, fue en ella donde comenzó Ariztimuño a escribir en vasco, animado por Manuel de Lekuona (encargado de la traducción euskérica de los artículos) y a utilizar el sobrenombre por el que es conocido, Aitzol.
Aitzol abandona el secretariado a inicios de la década de los treinta, para dedicarse más de lleno a otras actividades, entre ellas la literatura vasca para la que ha sido ganado. Desde Gure Mixiolaria, realizando un resumen de los diez años precedentes, se rezumaba optimismo para el futuro: «No dudamos que la década que empezamos ha de ser verdaderamente consoladora para [...] salvación de los pobres sin fe»6.
No fue así. Por una parte, las recaudaciones iniciaron un rápido descenso, en buena medida debido a la crisis económica. Pero más gravedad revistieron las cortapisas que la nueva situación política ponía al tradicional modo de hacerse la propaganda misional. La imposibilidad de celebrar los anteriores y multitudinarios actos públicos cerró todo camino a los alardes en los que se habían basado los «días» y «semanas» misionales. En 1931, la asamblea de propagandistas de Vitoria recomendaba que «allí donde no convenga o no sea posible la procesión misional, se organice una velada u otro acto público, interesando en su celebración al mayor número de personas posibles»7. Los días habían quedado reducidos a «sermones, pláticas y conferencias»8.
Cuando en marzo de 1933 se pudieron reanudar las semanas misionales, en San Sebastián, eran evidentes los cambios producidos respecto a la última celebración. Seguía presentando los actos puramente religiosos, como triduos o misas, y las conferencias y veladas teatrales en el Gran Kursaal; pero ya no había actos callejeros, ni se contaba con la participación de las autoridades civiles.



1.2. Las primeras emigraciones forzosas

El estado de prevención originado entre los religiosos por todas estas dificultades, vino a culminar en alarma tras la aprobación de la Constitución, en noviembre de 1931.
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No sólo se declaraba, en su artículo 26, la absoluta separación entre Iglesias y Estado. Se añadía además una cláusula, que no era sino un ataque directo a la Compañía de Jesús:
Quedan disueltas aquellas Órdenes religiosas que estatutariamente impongan, además de los tres votos canónicos, otro especial de obediencia a una autoridad distinta de la legítima del Estado. Sus bienes serán nacionalizados y afectados a fines benéficos y docentes.


Siguiendo el mandato constitucional, el 24 de enero de 1932 la Gaceta de Madrid publicaba la orden de disolución de la Compañía.
Esta disolución nunca fue continuada por decreto exclaustrador general alguno. Su fin era servir de equilibrio entre los más radicales, a los que se contentaba actuando con firmeza contra la tradicional «bestia negra» católica, y el pragmatismo que desaconsejaba realizar cualquier acto que pudiera descalificar a la joven república.
Sin embargo, sí provocó en el resto de las órdenes el convencimiento de que tal medida exclaustradora podría ser tomada en cualquier momento. El mismo artículo 26 dejaba abierta la posibilidad de disolución de una congregación religiosa de manera discrecional por el Estado. Como escribía el provincial franciscano de Cantabria a su correspondiente de la provincia francesa de Saint-Denis:
C'est avec une confiance franciscaine que je m'adresse a Vous, pour vous proposer une question que me préoccupe. Vous étés au courant des événements politiques de l'Espagne et quand la loi d'Assotiations soi publié peut être nous serons au risque d'être exilés9.


La reacción fue la búsqueda, en un plazo corto de tiempo, de refugios en el extranjero, para el caso de que ocurriera tal eventualidad y hubieran de partir al exilio, como ya lo habían hecho los jesuitas a Bélgica. Los países preferidos para esto eran los europeos, especialmente la vecina Francia; la cercanía a España era considerada como la principal de las características exigibles al posible refugio, por lo que parece que en ningún momento se planteó un exilio definitivo, sino una simple marcha con la mirada puesta en la vuelta a España.
Las gestiones no se hicieron esperar. Hubo algunos casos en los que se contactó con las provincias francesas de cada orden religiosa, como los antes mencionados franciscanos de Cantabria:
C'est pour quoi en cas de cet évenement malheureux, je me permets vous demander, si vous sériez prêt a admettre dans les couvents de votre Province Seraphique quelques Pères et Frères [...]10.


Sin embargo, en prácticamente todos los casos se optó finalmente por establecer una residencia propia, en el caso vasco por lo general localizada en el País Vasco francés, o a lo sumo en la Aquitania, en un arco de Burdeos a Pau. Así, los franciscanos vascos acaban instalándose en Saint-Palais, en la Baja Navarra;   —5→   los carmelitas de la provincia de «San Joaquín de Navarra» en Dax y Agen; los pasionistas, cuya curia radicaba en Deusto, en el pueblo labortano de Ascain, a escasos kilómetros de la frontera guipuzcoana. Sólo los agustinos recoletos, entre cuyas filas eran muy numerosos los navarros de la Ribera, prefieren establecerse en Inglaterra11.
Sin embargo, y antes incluso de que comenzaran a hacerse estas gestiones, las jerarquías de las órdenes religiosas ya habían realizado, de un modo inmediato en el mismo 1931, el traspaso de ciertos de sus miembros más «débiles» al extranjero: su personal en formación. El movimiento es de tal magnitud, que en tan sólo tres meses el Secretariado de Misiones de Vitoria contabiliza la partida de alrededor de cincuenta religiosos de ambos sexos a misiones en general, de los cuales significativamente destaca que «envían de todo, desde misioneros ya formados hasta jóvenes coristas»12; lo cual indica el carácter anormal del envío de estos últimos.
El destino preferente de estos religiosos es América: es el único lugar donde las órdenes religiosas, por lo general, tienen casas formadas propias (es decir, dependientes de los mismos superiores que en España). Es, por lo tanto, donde más rápido acomodo pueden encontrar los neoprofesos y coristas, y donde con más garantías van a poder continuar su proceso de formación sin excesivas rupturas.
Como se observa en el cuadro número 1, los religiosos vascos presentes en Hispanoamérica aumentan, de finales de 1930 a finales de 1932, en 76 (cuando la media de los años precedentes, que pueden ser considerados todavía dentro del boom que esta presencia vive desde 1918, es de 15 anuales). El mismo año 1931 conoce la mayor cifra de primeros envíos a América13 de todo el periodo 1820-1960, 86 religiosos, de los cuales nada menos que 39 son coristas.
Cuadro n.º 1: Número de religiosos vascos presentes en Hispanoamérica. Elaboración propia.
AÑO   NÚMERO      AÑO   NÚMERO
1930  924    1936  1000
1931  980    1937  1006
1932  1000  1938  1037
1933  996    1939  1047
1934  1003  1940  1061
1935  1000             
Así, los carmelitas descalzos vascos envían sus estudiantes a los conventos que poseían, desde 1899 y 1911 en Chile, Perú y   —6→   Colombia14, en clara contradicción con su práctica habitual hasta ese momento, que consistía en enviar sus misioneros jóvenes sólo (e inmediatamente) después de haber sido ordenados.
Los agustinos recoletos de la provincia de San Nicolás de Tolentino o «Filipina», con curia en Marcilla (Navarra), llegan a realizar un envío a su misión venezolana, inaugurada en 1898, compuesto por un sacerdote y sus diez alumnos coristas, de ellos cuatro navarros.
Sólo los jesuitas, por razones obvias, envían a ese mismo país una mayoría de personal ya formado.



1.3. Compás de espera

Los cuatro años siguientes supusieron, para la presencia religiosa vasca en América, la primera paralización de su ritmo ascendente. Por primera vez desde 1840, se producían sendos saldos negativos, en 1933 y 1935 (cuadro n.º 1). A mediados de 1936 encontramos en Hispanoamérica no sólo el mismo número de misioneros vascos que había cinco años antes, sino que además éstos eran prácticamente las mismas personas. Todo el proceso de envío y vuelta de las casas americanas a las europeas, si no se había paralizado, por lo menos sí que había sufrido una ralentización.
La nueva situación política, pero sobre todo la ofensiva que ante ella lanzó la Iglesia, y que necesitaba del concurso de todas las fuerzas católicas, fue posiblemente el principal de los factores que hizo que se retuvieran a este lado del océano a los que, en condiciones normales, hubieran acabado ocupando destinos en América.





Arriba2. El segundo momento. Julio, 1936-enero, 1940

2.1. El «clero vasco» tras la Guerra Civil

Una de las más importantes diferencias entre las generaciones de eclesiásticos (especialmente las más jóvenes) que componían el cuerpo religioso vasco en 1936, y sus inmediatas antecesoras se hallaba en la política. El nacionalismo iba ganando terreno en estos sectores del clero, en detrimento de la atracción afectiva que aún sentía la generación anterior por carlismo e integrismo15, como era el caso del obispo Mateo Múgica.
La relación entre este filonacionalismo clerical y las jerarquías se estableció, por lo general, a caballo entre la represión y el pragmatismo, con tendencia a incidir en lo primero16. La   —7→   misma jerarquía que admitía la participación de sacerdotes en actos políticos carlistas o tradicionalistas17, atacaba duramente, bajo la acusación genérica de hacer política, a los que mostraban simpatías nacionalistas.
Dentro de las mismas órdenes religiosas, llegaron instrucciones tendentes a cortar los brotes que pudieran haber surgido. En 1933, el general franciscano en Roma envió instrucciones al provincial de Cantabria al respecto:
[...] han llegado a la Santa Sede quejas contra algunos religiosos que, atendiendo a intereses personales y regionales, desoyen la voz y los mandatos de los Prelados diocesanos que procuran la unión de todos los Católicos a fin de conseguir el triunfo de la causa católica [...]. Por lo mismo exhorto y mando a todos nuestros religiosos, Superiores y súbditos, que depongan todas las afecciones particulares de partido y de región [...]18.


En esta situación, llegó a considerarse dentro de dichas «afecciones de región» cualquier participación activa en el desarrollo de la cultura o la lengua vasca. Incluso la predicación en euskera, impuesta por la simple necesidad de hacer entender el mensaje cristiano al pueblo que se quería adoctrinar, podía tomarse como un signo de apoyo a las tesis separatistas. Reaparecían los fantasmas que había lanzado el abad de La Calzada, en su protesta contra la creación de la diócesis de Vitoria en 186219: el hecho de establecerse en el Seminario vitoriano unas clases de antropología (a cargo de José Miguel de Barandiarán), unido a las exiguas clases de vasco que ya se impartían, hizo que se recibieran denuncias sobre la infiltración del nacionalismo en el centro20. Y el mismo Secretariado de Misiones vitoriano fue objeto de parecidas acusaciones.
La Guerra Civil, y sobre todo la conquista, en 1937, del último territorio vasco por las tropas insurrectas, van a suponer el inicio de una persecución sistemática contra estos sectores del clero. No sólo afectó a los que realmente defendían ideas nacionalistas de palabra u obra, sino también a aquellos que no habían apoyado incondicionalmente el alzamiento desde su inicio, culpables por omisión. Y no hay que olvidar que, por otro lado, fueron muchos los sacerdotes y religiosos que colaboraron con el nuevo régimen.
Aunque en los primeros días de la guerra, los obispos de Vitoria y Pamplona sólo condenaban la «alianza antinatural entre católicos y enemigos de la religión»21, tras la toma de Bilbao es el propio ideario nacionalista el que recibe los ataques:
Para siempre (todo hay que decirlo) desaparecerá también de nuestra tierra ese clérigo secular, o regular, que daba durante los últimos años el lamentable espectáculo de la traición a la Patria desde las gradas sacrosantas del altar o   —8→   desde las alturas doctorales del púlpito. La gran vergüenza del clero separatista, ese también se acabó para siempre22.


Se ha publicado mucho sobre la depuración que se realizó entonces contra el clero secular, tanto en la diócesis de Vitoria como en la de Pamplona. Tras la alarma de los primeros fusilamientos de sacerdotes, en Vitoria la represión quedó confiada a las manos eclesiásticas del «hombre que hablaría de Dios hablando de España», el administrador apostólico Javier Lauzurica. Mateo Múgica, nuevamente, había partido al exilio. En Navarra se dieron casos de confinamientos, sanciones e incluso algún fusilamiento23.
Se incoaron procesos canónicos, alejando de los cargos de responsabilidad a las personas que no habían demostrado claramente una consonancia con los ideales de la cruzada. Más de 800 sacerdotes sufrieron algún tipo de represión24.
Pero también en el clero regular se dieron denuncias25; las curias de las diversas provincias vieron cómo eran relegados de cargos de responsabilidad los más sospechosos:
Puedo afirmar que Padres muy dignos fueron excluidos de cargos de importancia, porque la prudencia exigía en las actuales circunstancias su exclusión por parecer inclinados a la política vasquista, que tampoco debe confundirse con el separatismo26.


Incluso se intentó hacer desaparecer alguna de las provincias vascas ya formadas. Entre los pasionistas, se propuso «la simple anexión de las casas de Bilbao, Irún, Angosto y Tafalla a la provincia de Castilla, dejando para la Provincia del Norte tan sólo las casas de Gabiria y Villarreal de Urrechu»27.



2.2. El exilio: modos, vías

A pesar de todo, la medida que afectó a más personas fue el alejamiento, forzado o aconsejado, del País Vasco. Existían ya antecedentes de haber utilizado este recurso al extrañamiento, en concreto a las misiones de Hispanoamérica, de religiosos sospechosos de nacionalismo vasco; así había ocurrido entre los capuchinos de Navarra-Cantabria-Aragón hacia los años 1910-191528.
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Hubo algunos casos en los que es la propia autoridad pública la que ordena toda una serie de deportaciones, confinamientos e incluso encarcelamientos de religiosos, lejos de Euskalerria. Ya al poco de tomar Guipúzcoa, los jefes militares habían dictado algunas expulsiones de la provincia29; lo propio hará el mando militar competente al ocupar Bilbao30. En Navarra la comandancia de Pamplona contaba con listas de aquellos que debían ir al destierro, entre ellos el provincial de los escolapios31.
Pero, en otros muchos casos, fue la prudencia la que aconsejó estos alejamientos. Y en este caso, no bastaba con salir a regiones españolas más o menos alejadas del País Vasco. Como se quejaba Mateo Múgica, respecto a los sacerdotes diocesanos de Vitoria:
[...] unos antes y otros después, salieron muchos de mis sacerdotes al extranjero, o a otras diócesis de España [...] huyeron a Inglaterra, a Bélgica, a Francia, a las Américas32.


Y en aquellas órdenes con una presencia misionera en otro continente, el dar destino para esos lugares a los más implicados era una solución, convertida en la casi única posible después de que los conventos franceses hubiesen dejado de ser seguros, tras el inicio de la Segunda Guerra Mundial33. Nuevamente, América se convertía en un lugar de refugio para los exiliados, como señalaba el provincial franciscano de Cantabria, en 1939:
Por esta prudencia previsora, sin que ninguna autoridad ni civil ni militar nos obligara, destinamos en los primeros días de mi gobierno -agosto de 1937- a la Misiones de Cuba y del Paraguay a unos cuantos Religiosos, que en tiempos pasados se habían distinguido algo por sus aficiones políticas34.


No sólo los franciscanos aplicaron esta política de prudencia35. El provincial capuchino, además de dar obedientias simulatas36 a Chile y otras misiones, aprovechó la coyuntura para dar los primeros pasos en la creación del comisariato ecuatoriano,   —10→   intentando responder a las primeras peticiones de personal que desde Ecuador se le hacían, con religiosos residentes en el exilio de los conventos franceses, en 1938.
No obstante, el caso más espectacular fue el de los jesuitas. Aquellos que no serían bien recibidos en la nueva España no volvieron del exilio belga, y desde su refugio coyuntural de Europa dieron el salto definitivo a América37. Se produjo así un aumento notable de personal vasco en las residencias venezolanas; pero sobre todo en las centroamericanas. En los catálogos de esos años de la provincia de Castilla38 se puede comprobar el increíble aumento de personal que tiene la recién creada (1937) «viceprovincia Centroamericana». De los 17 jesuitas que había en 1937, se pasa al año siguiente a nada menos que 5539.
De esta manera, tras los años de paralización republicana antes mencionados, los tres últimos de la década van a conocer, aunque a menor escala que lo visto en 1931, un aumento de la presencia de religiosos vascos en Hispanoamérica (cfr. cuadro n.º 1). Este aumento se vuelve más significativo, al comprobar su carácter coyuntural por el hecho de ser un fenómeno aislado: los años siguientes se seguirá produciendo un estancamiento en la presencia, que no volverá a crecer hasta pasada una década.
Pero el aumento producido entre 1937 y 1940 también presenta diferencias cualitativas con la huida de 1931: se trata de una emigración de personal ya formado, y en muchos casos con una anterior experiencia americana. Encontramos numerosos misioneros que parten a América a una edad desacostumbrada, atendiendo a la manera de proceder anterior de las mismas órdenes religiosas.
En los capuchinos toda una serie de religiosos son enviados a Argentina o Chile veinte años más tarde que sus compañeros de generación40. La media de edad de los envíos de carmelitas descalzos a Chile se sitúa, entre 1937 y 1938, en alrededor de 48 años41. En ambas órdenes también observamos personas que, habiendo cumplido ya sus años misioneros, han de volver a cruzar el Atlántico.
Un caso singular va a ser el escolapio, en el que la persecución va a incidir de un modo especial. Quizá debido a la voluntad férrea que atribuye Julen Rentería a sus superiores42, el hecho es que en los primeros años de régimen franquista no enviaron a América a los religiosos considerados más peligrosos por las autoridades, aunque sí dejaron a muchos oscurecidos en cargos inferiores   —11→   a su capacidad, como simples maestros en los colegios de la orden. No será hasta los años cincuenta cuando saquen del ostracismo a tres de estos escolapios, que serán los que pongan las bases de la presencia de la provincia de Vasconia en Venezuela, Brasil y Japón43.



2.3. Diferenciaciones regionales y entre institutos

Esta última emigración forzosa que conoce el decenio, por su carácter selectivo, no va a afectar por igual a todas las órdenes, puesto que va a mostrar grandes diferencias atendiendo al lugar de nacimiento de los religiosos.
Desde 1820, es ésta la primera ocasión en la que la evolución general que se observa para el conjunto de Euskalerria no tiene un reflejo más o menos fiel en las evoluciones parciales de las diferentes provincias. Observando la variación de religiosos presentes en América (cuadro 2), entre 1935 y 1940, diferenciados por el origen geográfico, obtendremos las siguientes cifras:
Cuadro 2: Evolución del número de religiosos vascos en Hispanoamérica, de 1935 a 1940, por provincias44. Elaboración propia.
GUIPÚZCOA            VIZCAYA       ÁLAVA           NAVARRA
1935  256    197    107    426
1940  273    228    103    425
Dos zonas se perfilan claramente: por una parte la Euskalerria costera, donde se experimenta en gran medida la situación ya descrita de persecución y huida; y por otra parte Navarra y Álava, con una situación más compleja, sobre todo en la primera de ellas.
Se pueden encontrar dos causas para explicar esta evidente singularización regional de las regiones del interior. Por una parte, el clero de ambas provincias estaba considerado menos sospechoso, e incluso más proclive a la colaboración. En Álava, y especialmente en Navarra, el apoyo al levantamiento estaba muy extendido, y en general su «clero diocesano fue el pilar de la insurrección»45.
La segunda causa reside en la falta de clero, que al menos tenemos comprobada en Navarra, motivada por los efectos de la guerra. El obispo de Pamplona, el baracaldés Marcelino Olaechea, en su pastoral sobre el día del Seminario de 1939, escribía:
  —12→ 
¡En Navarra escasean también los sacerdotes! y esa escasez durará años y será más intensa en los que vamos a vivir. Hemos tenido cerca de ochenta parroquias sin cura [...]46.


Dada esta situación de necesidad, un envío masivo de eclesiásticos al exterior corría el peligro de ser interpretado de un modo negativo. En este sentido, tenemos constatados incluso casos de sacerdotes diocesanos, que retornan en este momento tras una estancia americana. El ejemplo más destacado, por la relevancia que alcanzó a su vuelta, es paradójicamente un vizcaíno: Zacarías Vizcarra, residente desde 1912 en Buenos Aires, que pasa a ser nombrado nuevo director de la Unión Misional del Clero en España, el año 193847.
Navarra es, como hemos indicado, el caso más complejo. La aparente situación estacionaria que parecen indicar las cifras (cuadro n.º 2), oculta en realidad unas muy grandes divergencias entre las diferentes órdenes religiosas: mientras algunas ven aumentar espectacularmente su personal navarro en América en esos cinco años, otras experimentan un descenso de idénticas características, que llegan a neutralizarse mutuamente. Capuchinos y jesuitas fueron los que sufrieron el mayor exilio en Navarra, mientras que la orden agustina recoleta tenía en 1940 tres religiosos menos en América que diez años antes.
Esta diferenciación entre órdenes, a pesar de todo, sólo es atribuible al origen geográfico del que cada una de ellas extrae mayoritariamente sus vocaciones. Por ejemplo, los agustinos recoletos provienen fundamentalmente de pueblos del sur de la merindad de Olite, o de la de Tudela. Su descenso en número se halla así relacionado con el hecho de ser éste el único momento en el que los tradicionales focos misioneros navarros (Pamplona y la ribera de Tudela) ceden su puesto a otras zonas, que nunca habían destacado ni destacarían después en este aspecto, por ejemplo al valle del río Araquil, o al de Larraun (mapa n.º 1)48.



2.4. Una emigración vasquista

La característica diferencial de esta emigración forzada, es que se trata de un grupo de religiosos unidos, además de por la religión, por una vinculación especial y activa hacia Euskalerria y lo vasco; ya fuera desde unos planteamientos culturales, ya fuera desde una ideología nacionalista. Los núcleos que se van a formar en los diversos países sudamericanos donde finalmente se instalen, van a reflejar esta vinculación.
  —13→ 
En el campo estrictamente cultural, se puede afirmar que fue el de estos religiosos uno de los grupos más activos, especialmente en los primeros años y en el terreno específico de la lengua vasca y todo lo relacionado con ella.
Nombres más o menos conocidos se distribuyen por todo el continente. En Cuba encontramos a Imanol Berriatua, o al antes citado Basilio de Guerra, ambos franciscanos. El grupo de jesuitas centroamericano, capitaneado por Jokin Zaitegi y su Euzko-Gogoa y entre los cuales encontramos, entre otros, a estudiosos como Jorge de Aguirre o José María Estefanía, llega a tener ramificaciones entre sus compañeros de orden, igualmente vascos, de Venezuela, donde trabaja activamente un Luis María Arrizabalaga. En Chile, hallamos en los conventos carmelitas a Pedro Ormaechea Aldama, o al poeta zornotzarra Santiago Onaindia. En Argentina, por su parte, un importante núcleo de capuchinos (así como algunos sacramentinos, trinitarios o canónigos regulares de Letrán) se integra en las iniciativas vascas surgidas en el país, que habían tomado un nuevo impulso debido al mismo exilio. Bonifacio de Ataun será, así, el primer director del Boletín del Instituto Americano de Estudios Vascos, donde, entre otros, colaborará Jorge de Riezu.
Pero la colaboración de estos religiosos con la comunidad vasca de la diáspora no acabó ahí. En Argentina, en Venezuela, en Uruguay, los religiosos vascos forman auténticos grupos de presión para lograr el apoyo a los refugiados vascos. En los dos primeros países, el apoyo se llegará a materializar en sendos decretos favorecedores de la inmigración de vascos, dirigidos específicamente a la recepción de los exiliados que comenzaban, en 1940 en Francia, a sufrir los problemas de la recién comenzada Segunda Guerra Mundial.


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