ARANTZAZU EUZKO ETXEA LIMA

martes, 13 de septiembre de 2016


Arantzazu: cuatro siglos de devoción e identidad de los vascos en las Américas
Óscar Álvarez Gila
Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea

            Desde que a mediados del siglo XVI el historiador guipuzcoano Esteban de Garibay plasmara por escrito la historia de la aparición de la Virgen en 1469 ante el pastor Rodrigo de Balzategui, la devoción a la virgen de Arantzazu  (que en lengua vasca quiere decir "espinal", por la vegetación del lugar donde se habría producido la aparición) adquirió entre los vascos un inusitado éxito. Pocos años más tarde, en los albores de un nuevo siglo, el atractivo que Arantzazu había conseguido como lugar de fuerte significado religioso llevaría a la creación de un santuario, que desde 1541 estaría servido -casi ininterrumpidamente hasta la actualidad- por la orden franciscana.
            La devoción a Arantzazu pronto sobrepasó los límites geográficos del País Vasco, y fue llevado por aquellos emigrantes que se habían establecido, siguiendo las rutas comerciales y las oportunidades laborales y de prosperidad en otros destinos de la corona española, tanto en Europa (en ciudades como Madrid, Sevilla o Cádiz, pero también en Flandes) como en los recién incorporados territorios americanos. De este modo, bajo el nombre y la protección de la virgen guipuzcoana, los vascos afincados en ultramar formarían, ya desde comienzos del siglo XVII, una extensa y tupida red asociativa, mediante la creación de unas cofradías en las que se combinaban los religiosos y devocionales, con los de caridad y socorros mutuos, e incluso con los identitarios, todas ellas bajo la advocación de Arantzazu. Desde que los vascos de la ciudad de Lima dieran inicio en 1612 la primera de estas cofradías, durante los dos siglos de dominación colonial española en América, los vascos asentados en otras ciudades y territorios de la corona seguirían el ejemplo limeño y crearían sus propias cofradías, que florecerían desde las capitales virreinales y de audiencia (como México, Manila o Buenos Aires) hasta los centros mineros (Potosí en Perú; o Zacatecas en Nueva España), y en general, en todos aquellos lugares en los que un grupo de residentes vascos y sus descendientes deseaban reforzar la vinculación con su patria ancestral mediante el recuerdo y la religiosidad.
            En 2000, cuando se conmemoraban los primeros quinientos años de vida del santuario de Arantzazu, la orden franciscana como responsable de su mantenimiento se propuso aprovechar las celebraciones para impulsar el conocimiento de la imbricación del santuario en la historia del País Vasco. Varias reuniones científicas tuvieron lugar, de este modo, a lo largo de dicho año; y entre ellos la sección de Historia-Geografía de la Sociedad de Estudios Vascos/Eusko Ikaskuntza, en colaboración con la congregación franciscana de Arantzazu y el Departamento de Historia Medieval, Moderna y de América de la Universidad del País Vasco, juntaron sus esfuerzos para llevar a cabo en Oñati (Guipúzcoa) un congreso internacional sobre “Arantzazu y los franciscanos vascos en América”. El propósito de este congreso, como su nombre indica, no era otro que hacer una reflexión histórica sobre la presencia de los franciscanos vascos y de la devoción de Arantzazu en América, desde los tiempos de la conquista.
            El papel jugado por los franciscanos, y entre ellos de manera destacada por los misioneros vascos, en la difusión y organización de la Iglesia católica en América es bien conocido. Por un lado, está el indiscutible papel que los franciscanos jugaron en la consolidación de la Iglesia indiana, con una destacada participación en la expansión misional en territorios marginales del dominio colonial español, como el norte de Nueva España, la Alta California, la Amazonía o el Chaco. No en vano esta orden fue una de las cinco elegidas para la evangelización americana, por lo que buscaría en el País Vasco, como en otras zonas, una de sus bases para surtir de personal dichas misiones. Pero igualmente, como se puso de manifiesto en el congreso, su aporte no se quedó sólo en el terreno de la historia eclesiástica, sino que también contribuyeron, en su medida, al desarrollo social, cultural o incluso económico de las distintas regiones americanas en las que se implantaron. A este respecto, la historiografía clásica ya destacado una serie de grandes figuras, como el primer arzobispo de México, Fray Juan de Zumárraga, a quien entre otras cosas se le debe la instalación de la primera imprenta en el Nuevo Mundo; y junto a él, otros obispos como Martín Ignacio de Loyola en el Rio de la Plata, o cronistas como Martín de Murua en Perú o Jerónimo de Mendieta en Nueva España, que habían merecido la atención de los historiadores, ya desde fines del siglo XIX. Las investigaciones más recientes, sin olvidar estas figuras, están rescatando otros aportes, antes considerados menores, pero que en conjunto plasman la imagen más fidedigna de lo que supuso la acción de los franciscanos vascos dentro del conjunto de la evolucion histórica de América. Así, junto con los estudios sobre la época colonial, que acaba abruptamente en la década de 1810-1820, ha comenzado también a atraer la atención el aporte que, desde entonces, siguió dando la orden franciscana vasca a las nuevas naciones latinoamericanas. De la cuantificación, que nos ha rescatado la memoria de varios miles de franciscanos vascos destacados en América, se ha pasado al estudio de sus actividades; de sus descubrimientos geográficos en el periodo clásico de las exploraciones en el interior del continente; de sus trabajos como lingüistas, etnógrafos y –en un plano más activo–, como protectores de las poblaciones indígenas; de su importancia en la formación de cuadros directivos en unas Iglesias que adolecían de falta crónica de personal.
Al mismo tiempo, el congreso tuvo como segundo centro de atención la propia devoción mariana de Arantzazu y su proceso de extensión por América. Especialmente durante los siglos XVI al XVIII, la virgen de Arantzazu actuaría como elemento nucleador de las incipientes colectividades inmigrantes vascas que fueron asentándose en muy diversas ciudades y territorios. Esto ocurrió tanto en las populosas capitales virreinales, como en otras localidades donde, por la razón que fuera, se hubiera llegado a la constitución de un núcleo lo suficientemente importante de vascos, ya fueran “de la Provincia [Guipúzcoa], del Señorío [Vizcaya], de la Hermandad [Álava], del Reino [Navarra]”, o incluso “de las Quatro Villas” [actual comunidad de Cantabria], como reza en el acta fundacional de la primera de las Cofradías de Arantzazu de las que hay constancia en América, evento que como ya hemos mencionado tuvo lugar en Lima. Además de sus funciones religiosas, estas cofradías permitían a sus socios el socorro mutuo, la ayuda a otros vascos inmigrantes necesitados de apoyo material o moral, así como el ejercicio de la beneficencia tanto dentro del grupo vasco como hacia el resto de la sociedad. Y, finalmente, no hemos de olvidar la importancia capital que estas cofradías tuvieron en el desarrollo y consolidación de una identidad particular, de un sentimiento y orgullo de pertenencia a ese grupo colectivo conocido entonces como "vizcaínos" o "vascongados". Estas cofradías constituyen así el más claro claro precedente de ese otro modelo de asociacionismo vasco que, ya en el siglo XIX, florecería en la América de las grandes inmigraciones, y en el que también participarían los vascos con el surgimiento de las casas vascas o euskal etxeak, desde Estados Unidos a Chile, y que mantienen su pujanza hoy en día.
Durante más de dos siglos, un número aún desconocido pero elevado de cofradías similares se fueron formando a lo largo de la América española. Son muchas las que desaparecieron, algunas empujadas por la mutabilidad de las condiciones económicas de los lugares en los que se implantaron; como fue el caso de aquellas ligadas a yacimientos mineros de efímera existencia, que tras los años iniciales de fulgor acabarían por desaparecer junto con las venas de mineral que le habían dado existencia, fama y riqueza. Más habitual fue, sin embargo, que las cofradías acabaran por sucumbir, antes o después, ante los radicales cambios que se produjeron en todo el continente tras los procesos de independencia, el fin del dominio español, el final de la inmigración peninsular y los cambios sociales, políticos y económicos, así como la nueva relación de fuerzas entre la Iglesia y el Estado en las nuevas naciones latinoamericanas. Tal fue el caso, por ejemplo, de las cofradías de Arantzazu en Perú (con sus dos ejemplos destacados en Lima y en Arequipa), que acabarían por sucumbir a la ola secularizadora, pocas décadas después de la emancipación del Perú. No obstante, todavía contamos en muchos lugares, como recuerdo de su existencia, con capillas y templos que aún hoy en día mantienen la imagen y la devoción de la virgen guipuzcoana, sin olvidar la memoria histórica, sepultada en libros y legajos de archivo, que siguen esperando su metódica recuperación y su incorporación al conocimiento de las nuevas generaciones. La Historia no es un mero accesorio decorativo, sino que constituye un elemento capital de la conciencia de los pueblos, ya que solo desde el conocimiento del pasado se puede comprender el presente, y hasta cierto punto, aventurar el futuro.
En nuestro caso, recuperar la memoria histórica de las cofradías de Arantzazu, y más en concreto, aprovechar la oportunidad que nos brinda la ocasión de celebrarse este año de 2012 el cuarto centenario de la decana de las cofradías de Arantzazu en el continente americano, nos permite ahondar en varias cuestiones. En primer lugar, desde la perspectiva propia del Perú y de la ciudad de Lima, se podrá recuperar la relevancia que tuvo el aporte durante tres siglos de los vascos que llegaron, se asentaron aquí y formaron sus cofradías, contribuyendo de este modo, con sus luces y sus sombras, a la formación de la nacionalidad peruana tal y como hoy es. En segundo lugar, nos brinda un espacio común para recordar, y desde allí quizá también para recuperar, los lazos históricos que han unido dos geografías tan distantes, pero a pesar de ello con tantas vinculaciones: Perú y el País Vasco.
En respuesta a la convocatoria de este congreso, se contó con la presencia de investigadores del País Vasco, de diversas regiones de España, así como de Italia, Estados Unidos, México, Perú, Cuba, Chile, Argentina, Uruguay y Japón. Fue una excelente oportunidad para que la historiografía elaborara un nuevo y actualizado estado de la cuestión, sirviendo de estímulo para nuevas investigaciones que aporten más luz y nuevas interpretaciones a esta particular parcela del pasado vasco. Los cuatro siglos de historia que nos separan la fundación de la cofradía de Arantzazu de Lima en 1612 nos han de permitir ahondar en el conocimiento de este legado, en su recuperación y revalorización.

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1Usaremos a lo largo de este artículo la grafía euskérica de este topónimo, tal y como hoy en día está establecido en su forma correcta. Históricamente, esta devoción mariana y las cofradías ligadas a ella se han conocido de forma más habitual mediante la grafía castellana del nombre original vasco: Aránzazu (que en algunos países latinoamericanos cambió su acentuación para convertirse en una palabra llana: Aranzazú). Circula igualmente una cierta etimología popular que hacía proceder el nombre de la virgen de la pregunta que el pastor Balzategui haría a la aparición al ver la imagen encima de un espino: "Arantzan zu?" ("¿Vos en el espino?"); esta etimología, si bien incorrecta, ha tenido una gran influencia en la iconografía popular de la imagen, que en ocasiones ha recibido el sobrenombre de "la virgen del espino".
            2Para todo el que esté interesado, los resultados de este congreso sobre las cofradías de Arantzazu en América fueron publicadas en el volumen colectivo: ÁLVAREZ GILA, Óscar e Idoia ARRIETA ELIZALDE (eds. lits.); Las huellas de Aránzazu en América. I Congreso Internacional Arantzazu y los Franciscanos Vascos en América, Donostia-San Sebastián, Eusko Ikaskuntza, 2004 (ISBN: 84-8419-888-X). Véase:


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